Las
Crónicas de Bane: la Última Defensa del Instituto de Nueva York
Ciudad de Nueva York, 1989
El
hombre estaba, por mucho, demasiado cerca. Se detuvo en el buzón a unos dos
metros de Magnus y comió de su desastroso pancho con chili de Gray’s Papaya.
Cuando hubo terminado, arrugó la envoltura cubierta de chili y la tiró al
suelo, en dirección a Magnus, luego, tironeó de un agujero en su campera de
mezclilla y no le quitó el ojo de encima. Su mirada era la misma que algunos
animales le dan a sus presas.
Magnus
estaba acostumbrado a una cierta cantidad de atención. Su ropa la llamaba.
Usaba unos Doc Martens plateados, jeans rasgados artísticamente, tan grandes
que sólo un angosto cinturón de plata brillante prevenía que se le cayeran por
completo, y una remera rosa tan grande que exponía sus clavículas y un poco de
su pecho- la clase de ropa que hacía a la gente pensar en la desnudez. Pequeños
pendientes bordeaban una de las orejas, terminando en uno más grande
balanceándose en el lóbulo, un aro con la forma de un gran gato de plata usando
una corona y sonriendo con superioridad. Un collar ankh plateado descansaba
sobre su corazón, y una campera negra hecha a medida lo envolvía, con cuentas
colgando, más para completar el conjunto que para protegerlo del aire nocturno.
El atuendo era completado por un corte Mohawk, presumiendo un mechón rosa.
Y
estaba apoyándose contra la pared exterior de la clínica West Village, ya
entrada la noche. Eso era suficiente
para sacar lo peor de algunas personas. La clínica era para pacientes con SIDA.
La plaga local moderna. En vez de demostrar compasión, o buen sentido, o
preocupación, muchas personas se referían al hospital con odio y disgusto. En
todas las eras pensaba que fueron iluminados, y en todas las eras vagaba en
casi la misma oscuridad de miedo e ignorancia.
-Bicho
raro. –Dijo el hombre finalmente.
Magnus
lo ignoró y siguió leyendo su libro, It’s Always Something por Gilda Radner,
bajo la leve luz fluorescente de la entrada a la clínica. Ahora, enojado por la
falta de respuesta, el hombre empezó a murmurar una serie de cosas bajo su
aliento.
Magnus
no podía escuchar lo que decía, pero podía adivinarlo. Insultos sobre su
sexualidad percibida, sin duda.
-¿Por
qué no circulas? –Dijo Magnus, tranquilamente cambiando de hoja. –Sé de una
peluquería abierta toda la noche. Pueden arreglar esa uniceja tuya en poco
tiempo.
No
era lo correcto para decir, pero a veces esas cosas salían. No puedes aceptar
tanta ignorancia ciega y estúpida sin fracturarte un poco en los lados.
-¿Qué
dijiste?
Dos
policías pasaron en ese momento. Posaron su vista en dirección a Magnus y el
extraño. Había una mirada de advertencia para el hombre, y una de disgusto
apenas disimulado para Magnus. Esta dolía un poco, pero el brujo estaba tristemente
acostumbrado a ese trato. Él había jurado hacía mucho que nadie lo cambiaría
–no los mundanos que lo odiaban por una cosa, ni los Cazadores de Sombra que
estaban actualmente cazándolo por otra.
El
hombre se alejó, pero mirando hacia atrás.
Magnus
guardó el libro en su bolsillo. Eran casi las ocho, demasiado oscuro para
seguir leyendo, y ahora estaba distraído. Miró a su alrededor. Sólo unos años
atrás, esta había sido una de las esquinas más vibrantes, festivas y creativas
de la ciudad. Buena comida en cada cuadra y parejas paseando. Ahora las
cafeterías parecían raramente pobladas. Las personas caminaban con rapidez.
Tantas habían muerto, tanta gente espléndida. Desde donde estaba, Magnus podía
ver tres apartamentos anteriormente ocupados por amigos y amantes. Si giraba en
la esquina y caminaba por cinco minutos, pasaría frente a una docena de otras
ventanas oscuras.
Los
mundanos morían tan fácilmente. No importaba cuantas veces lo presenciaba,
nunca se volvió más tolerable. Él había vivido por siglos, y todavía esperaba a
que la muerte se volviera más sencilla.
Normalmente
evitaba esta calle por esa razón, pero esta noche, esperaba a que Catarina
terminara su turno en la clínica. Cambió su peso de un pie al otro, y apretó la
campera aún más contra su pecho, lamentando por un momento haber elegido
basarse en la ligera moda en vez de en calor y comodidad.
El
verano se había quedado hasta tarde, y los árboles cambiaron sus hojas con
rapidez. Ahora esas hojas caían
velozmente y las calles estaban desnudas y desprotegidas. El único punto
luminoso era el mural Keith Haring en la pared de la clínica –brillantes
caricaturas en colores primarios bailando juntas con un corazón flotando sobre
todas ellas.
Los
pensamientos de Magnus fueron interrumpidos por la repentina reaparición del
hombre, quien había claramente dado la vuelta a la cuadra y estaba
completamente enojado por el comentario de Magnus. Esta vez, el hombre caminó
derecho hacia el brujo, parando ante a él, casi frente a frente.
-¿En
serio? –Dijo Magnus. –Vete. No estoy de humor.
Como
respuesta, el hombre sacó una navaja y la abrió. La poca distancia significaba
que nadie podía verla.
-Te
das cuenta, -Dijo Magnus sin mirar la punta del cuchillo justo debajo de su
cara. –Que parado de esa forma todo el mundo va a pensar que nos estamos
besando. Y eso es terriblemente embarazoso para mí. Tengo un gusto mucho mejor
en hombres.
-¿Crees
que no lo haría, rarito? Tú…
Magnus
levantó la mano. Una chispa azul caliente se repartió por sus dedos, y, un
segundo después, su agresor estaba volando hacia atrás por la vereda,
finalmente golpeando su cabeza contra una toma de agua. Por un momento, cuando
la figura boca abajo no se movía, Magnus se preocupó por haberlo matado
accidentalmente, pero luego lo vio removerse. El hombre miró hacia el brujo con
los ojos entrecerrados y una mezcla de terror y furia en su rostro. Estaba
claramente impactado por lo que había pasado. Un hilo de sangre corría por su
frente.
En
ese momento apareció Catarina. Evaluó la situación con rapidez, fue hasta el
hombre caído y pasó una mano por su cabeza, deteniendo el sangrado.
-¡Quítate
de encima! –Gritó él. –¡Vienes de allí dentro! ¡Quítate! ¡La cosa está sobre
ti!
-Idiota,
-Dijo Catarina. –Así no es como contraes SIDA. Soy enfermera, déjame…
El
extraño la alejó y se revolvió hasta pararse. Al otro lado de la calle, unos
transeúntes miraron el intercambio con una leve curiosidad.
Luego,
cuando el hombre tropezó, perdieron el interés.
-De
nada, -Dijo ella a la figura yéndose. –Imbécil.
Se
giró hacia Magnus. -¿Estás bien?
-Sí,
-Respondió. –Él era el que estaba sangrando.
-A
veces deseo poder dejar a alguien así sangrar. –Dijo Catarina, sacando un
pañuelo y limpiando sus manos. -¿Qué estás haciendo aquí, de todas formas?
-Vine
para acompañarte a casa.
-No
necesitas hacer eso. –Dijo con un suspiro. –Estoy bien.
-No
es seguro y estás exhausta.
Catarina
estaba inclinándose levemente a un lado. Magnus agarró su mano. Estaba tan
cansada que el brujo vio su glamour desaparecer por un momento, advirtiendo un
flash de azul en la mano que sostenía.
-Estoy
bien. –Repitió ella, pero sin mucha convicción.
-Sí,
-Dijo Magnus. –Obviamente. Ya sabes, si no empiezas a cuidarte me veré forzado
a ir a tu casa y hacer mi sopa de atún mágicamente asquerosa hasta que te sientas
mejor.
Catarina
rió. –Cualquier cosa excepto la sopa de atún.
-Entonces
comeremos algo. Vamos. Te llevaré a Veselka. Necesitas un poco de goulash y una
gran rebanada de torta.
Caminaron
hacia el este en silencio, sobre pilas resbaladizas de hojas mojadas
aplastadas.
Veselka
estaba tranquilo, y consiguieron una mesa junto a la ventana. Las únicas
personas a su alrededor hablaban en voz baja en Ruso, fumaban y comían repollo
relleno. Magnus ordenó café y rugelach. Catarina, un gran plato de borscht, pierogi
frito con cebolla y salsa de manzana y bolas de carne Ucranianas y un Cherry
Lime Rickey. No fue hasta haber terminado esto y ordenado como postre crepês de
queso que encontró las energías para hablar.
-No
se está bien allí. –Dijo. –Es duro.
Había
poco que Magnus pudiera acotar, así que se limitó a escuchar.
-Los
pacientes me necesitan, -Dijo, pinchando con su sorbete el hielo de su vaso
que, por lo demás, estaba vacío. –Algunos de los doctores, gente que debería de
saberlo mejor que nadie, no tocan siquiera a sus pacientes. Y es tan horrible
esta enfermedad. La manera en la que se consumen. Nadie debería morir así.
-No.
–Dijo Magnus.
Caterina
pinchó su hielo un rato antes de recostarse en el reservado y suspirar
profundamente.
-No
puedo creer que es ahora, de todos los momentos, cuando los Nefilim están
causando problemas. –Dijo frotándose la cara con una mano. –Niños Nefilim, sin
más ¿Cómo es que siquiera está pasando?
Ese
era el motivo de Magnus al haberla esperado en la clínica para acompañarla a casa.
No era porque el vecindario era peligroso, que no lo era. Él la había esperado
porque ya no era seguro para los Subterráneos estar solos. Apenas podía creer
que el mundo subterráneo estaba en tal estado de caos y miedo por una manga de
estúpidos niños Cazadores de Sombras.
Cuando
había escuchado los rumores por primera vez, hacia tan sólo unos meses, Magnus
había rodado los ojos. Un grupo de Cazadores de Sombras de apenas veinte años,
poco más que niños, se estaba rebelando contra las leyes de sus padres. Gran
asunto. La Clave y los Acuerdos y trucos viejos pero respetados siempre le
parecieron a Magnus la receta ideal para una revuelta juvenil. Este grupo se
llamaba a sí mismo El Círculo, según el reporte de un Subterráneo, y era
liderados por un joven carismático llamado Valentine. El conjunto constaba de
algunos de los mejores y más brillantes de su generación.
Y
los miembros del Círculo decían que la Clave no era lo suficientemente dura con
los Subterráneos. Así fue como se giró la rueda, supuso Magnus, una generación
contra la otra –desde Aloysius Starkweather, quien quería la cabeza de los hombres
lobo en su pared, a Will Herondale, quien había tratado, sin haber tenido mucho
éxito, esconder su corazón abierto. La juventud de hoy pensaba que las políticas
de la Clave de fría tolerancia eran demasiado generosas, aparentemente. La
juventud de hoy quería combatir contra los monstruos, todos ellos. Magnus
suspiró. Esta parecía una estación de odio en todo el mundo.
El
Círculo de Valentine no había hecho mucho aún. Tal vez nunca lo harían. Pero
habían hecho suficiente. Habían vagado por Idris, usaron portales y visitaron
otras ciudades en misiones para auxiliar Institutos allí, y en cada ciudad que
visitaban, Subterráneos morían.
Siempre
hubo Subterráneos rompiendo los Acuerdos, y los Cazadores de Sombras los
hicieron pagar por ello. Pero Magnus no había nacido ayer, o siquiera en este
siglo. No pensaba que fuera una coincidencia que, donde sea que Valentine y sus
amigos fueran, la muerte los siguiera. Encontraban cualquier excusa para librar
al mundo de los Subterráneos.
-¿Qué
es lo que quiere este chico Valentine? –Preguntó Catarina. -¿Cuál es su plan?
-Quiere
la muerte y destrucción de todos los Subterráneos, -Dijo Magnus. –Su plan es
posiblemente ser un gran idiota.
-¿Y
qué si vienen aquí? –Preguntó Catarina. -¿Qué van a hacer los Whitelaw?
Magnus
había vivido en Nueva York por décadas, y había conocido a los Cazadores de
Sombras del Instituto todo ese tiempo. Durante el último período, el Instituto
había sido liderado por los Whitelaw, siempre cuidadosos y distantes. A Magnus
nunca le había gustado ninguno de ellos, y a ninguno de ellos les había gustado
Magnus. El brujo no tenía pruebas de que traicionarían a un Subterráneo
inocente, pero los Néfilim pensaban tanto en su propia raza que no estaba
seguro sobre lo que los Whitelaw harían.
Él
había ido a encontrarse con Marian Whitelaw, la cabeza del instituto, y le
había contado sobre los reportes del Submundo de que Valentine y sus pequeños
ayudantes habían estado matando Subterráneos que no habían roto los Acuerdos, y
que luego los miembros del Círculo le habían mentido a la Clave.
-Ve
a la Clave. –Le había dicho Magnus. –Diles que controlen a sus mocosos revoltosos.
-Controla
tu lengua revoltosa, –Había dicho Marian Whitelaw fríamente. –cuando hablas de
tus superiores, brujo. Valentine Morgenstern es considerado uno de los
Cazadores de Sombras más prometedores, justo como sus amigos. Conocí a su
esposa, Jocelyn, cuando era una niña; es una mujer dulce y adorable. No dudaré
de su bondad. Ciertamente no con una prueba basada en los rumores maliciosos del
Submundo solamente.
-¡Están
matando a mi gente!
-Están
matando a Subterráneos criminales, en completo cumplimiento de los Acordes.
Están mostrando fervor en la persecución del mal. Nada malo puede salir de
ello. No espero que lo entiendas.
Por
supuesto que los Cazadores de Sombras no creerían que los mejores y más
brillantes de ellos se habían vuelto un poco demasiado sedientos de sangre. Por
supuesto que aceptarían las excusas que Valentine y los otros ofrecían, y por
supuesto que creerían que Magnus y cualquier otro Subterráneo que se quejara,
simplemente quería que los criminales escapasen de la justicia.
Sabiendo
que no podían contar con los Nefilim, los Subterráneos habían tratado de
salvaguardarse a sí mismos. Un refugio había sido montado en Chinatown, a
través de una amnistía entre los eternamente enemistados vampiros y hombres
lobo, y todos estaban pendientes de ello.
Los
Subterráneos estaban por su cuenta. Pero, entonces, ¿no lo habían estado
siempre?
Magnus
suspiró y miró a Catarina sobre sus platos.
-Come,
-Dijo. –Nada está pasando justo ahora. Es posible que nada vaya a suceder.
-Mataron
a un “vampiro salvaje” en Chicago la semana pasada. –Dijo ella, pinchando una
crepa con su tenedor. –Sabes que querrán venir aquí.
Comieron
en silencio, pensativo del lado de Magnus y exhausto del de Caterina. Vino la
cuenta y el brujo pagó. Catarina no pensaba mucho en cosas como el dinero. Ella
era enfermera en una clínica de bajos recursos, y él tenía abundante efectivo a
mano.
-Necesito
volver. –Dijo Catarina frotando una mano contra su agotado rostro. Magnus pudo
ver rastros de cerúleos en la estela de sus dedos, su glamour desapareciendo
mientras hablaba.
-Tú
te vas a casa a dormir, -Dijo Magnus. –Soy tu amigo. Te conozco. Te mereces una
noche libre. Deberías pasarla indagando en lujos extravagantes como dormir.
-¿Qué
pasa si algo sucede? –Preguntó -¿Y si vienen?
-Puedo
conseguir que Ragnor me ayude.
-Ragnor
está en Perú. –Dijo Catarina. –Dice que lo encuentra muy tranquilo sin tu
maldita presencia, y esa es la cita exacta ¿Puede venir Tessa?
Magnus
negó con la cabeza.
-Tessa
está en Los Ángeles. Los Blackthorns, descendientes de su hija, corren el
Instituto allí. Quiere mantener un ojo en ellos.
A
Magnus le preocupaba Tessa también, escondida sola cerca del Instituto de Los
Ángeles, en esa casa en las colinas junto al mar. Ella era la bruja más joven a
la que Magnus era lo suficientemente cercano como para llamar una amiga y había
vivido por años con los Cazadores de Sombras, donde no podía practicar magia
con el alcance que Magnus, Ragnor o Catarina podían. El brujo había tenido
horribles visiones de Tessa lanzándose a sí misma al medio de una lucha entre
Nefilim, ella nunca permitiría que ninguno de los suyos sea lastimado si podía
sacrificarse en su lugar.
Pero
Magnus conocía y apreciaba al Gran Brujo de Los Ángeles. Él no dejaría que
Tessa se lastimara. Y Ragnor era lo suficientemente astuto para que Magnus se
preocupara por él demasiado. Él nunca bajaría la guardia en cualquier lugar en
el que no se sintiera completamente a salvo.
-Así
que somos sólo nosotros. –Dijo Catarina.
Magnus
sabía que el corazón de su amiga yacía con los mortales, y que ella estaba más
involucrada por el bien de sus amistades que por realmente querer pelear con
los Cazadores de Sombras. Catarina tenía sus propias batallas que enfrentar, su
propio campo sobre el que pararse. Era una mayor heroína que cualquier Nefilim
que jamás haya conocido. Los Cazadores de Sombras habían sido elegidos por el
ángel. Catarina había elegido ella misma luchar.
-Parece
ser una noche tranquila. –Dijo Magnus. –Vamos. Terminemos y déjame llevarte a
casa.
-¿Es
esto caballerosidad? –Dijo la bruja con una sonrisa. –Pensé que eso estaba
muerto.
-Como
nosotros, nunca muere.
Caminaron
de vuelta por el camino por el que habían venido. Estaba completamente oscuro,
y la noche había tomado un giro decididamente frío. Había señales de una lluvia
cercana. Catarina vivía en un simple, suavemente deteriorado apartamento con
escaleras fuera de la Calle West Veintiuno, no muy lejos de la clínica. La
estufa nunca funcionaba, y las latas desechadas siempre rebosaban, pero a ella
no parecía importarle. Tenía una cama y un lugar para su ropa. Eso era todo lo
que necesitaba. Llevaba una vida mucho más simple que la de Magnus.
El
brujo fue a su casa, a su apartamento en el Pueblo, fuera de Christopher
Street. Su hogar tampoco tenía ascensor, y subió de dos escalones a la vez. Al
contrario de Catarina, su vivienda era extremadamente habitable.
Las
paredes eran brillantes y alegres tonos de rosa y amarillo margarita, y el
departamento estaba amueblado con algunos de los objetos que había coleccionado
con el correr de los años: una maravillosa mesilla francesa, un par de divanes
victorianos, y un impresionante dormitorio arte deco construido completamente
con vidrio espejado.
Normalmente,
en una fresca noche de primavera como esa, Magnus se serviría una copa de vino,
pondría un álbum de Cure en el tocadiscos, subiría el volumen y esperaría a que
empezaran los negocios. La noche era normalmente su tiempo de trabajo; tenía
varios clientes sorpresivos, y siempre había investigación que hacer o lecturas
con las que ponerse al día.
Esta
noche hizo una jarra de café fuerte, se sentó en su asiento en la ventana y
miró hacia la calle debajo de él. Esta noche, como cualquier otra noche desde
que los oscuros rumores de los sangrientos jóvenes Nefilim empezaron, se
sentaría, observaría y reflexionaría. Si el Círculo venía, como parecía que
harían eventualmente, ¿qué pasaría? Valentine tenía un odio especial por los
Hombre Lobo, decían, pero había matado a un brujo en Berlín por someter
demonios. Magnus era conocido por hacer esto una o veinte veces.
Era
extremadamente probable que, si venían a Nueva York, vendrían por él. Lo más
sensato sería irse, desaparecer en el país. Había adquirido una pequeña casa en
Florida Keys para ir durante los brutales inviernos neoyorkinos. La vivienda
estaba en una de las islas más pequeñas y deshabitadas, y también tenía un
lindo bote. Si algo pasara, podría subirse y perderse en el mar, encabezado al
Caribe o Sudamérica. Había empacado
muchas veces, y desempacado justo después.
No
había punto en correr. Si el Círculo continuaba con su campaña de supuesta
justicia, harían el mundo entero inseguro para los Subterráneos. Y no había
forma en que Magnus podría vivir consigo mismo después de huir, dejando a sus
amigos, como Catarina, tratando de defenderse.
Tampoco
le gustaba la idea de Raphael Santiago o alguno de sus vampiros siendo
asesinados, o alguna de las hadas que sabía que trabajaban en Broadway, o las
sirenas que nadaban en el West River. Magnus siempre se había considerado a sí
mismo una piedra rodante, pero había vivido en Nueva York por un largo tiempo.
Se encontró a sí mismo queriendo defender, no solo a sus amigos, sino también a
su ciudad.
Así
que se quedaba, y esperaba, y trataba de estar listo para el Círculo cuando
vinieran.
La
espera era lo más difícil. Tal vez era el por qué se había involucrado con el
hombre en la clínica. Algo dentro de Magnus quería que llegara la batalla.
Contorneó y flexionó sus dedos, y una luz azul circuló entre ellos. Abrió la
ventana y respiró algo del aire nocturno, que olía a una mezcla de lluvia,
hojas y pizza de algún lugar en la esquina.
-Simplemente
hazlo. –Le dijo a nadie.
El niño apareció bajo su ventana alrededor de
la una de la madrugada, justo cuando Magnus había podido finalmente distraerse
y empezar a traducir un antiguo texto griego que había estado en su escritorio
por semanas. El brujo levantó la vista y notó al niño caminando confundido
fuera. Tenía nueve, tal vez diez años –un pequeño punk de la calle East
Village, con una remera de los Sex Pistols que probablemente le pertenecía a
algún hermano mayor, y un par de holgados joggings grises. Tenía un irregular
corte de pelo casero. Y no llevaba abrigo.
Todas estas cosas, sumadas a un niño en
problemas y a su conocimiento callejero, más una cierta fluidez al caminar,
sugerían un hombre lobo. Magnus abrió la ventana.
-¿Estás
buscando a alguien? –Lo llamó.
-¿Es
usted el magnífico Bane?
-Seguro,
-Dijo Magnus. –Continúa con eso. Espera un momento. Abre la puerta cuando
zumbe.
Se deslizó del asiento en la ventana y fue
hacia el timbre junto a la puerta. Escuchó rápidas pisadas en los escalones. El
niño estaba en un apuro. Magnus no había terminado de abrir la puerta cuando
entró. Una vez dentro y a la luz, la verdadera extensión de la aflicción del
chico era visible. Sus mejillas estaban altamente sonrojadas y manchadas por
rastros de lágrimas. Estaba sudando, a pesar del frío, y su voz era temblorosa
y apremiante.
-Debes
ir. –Dijo mientras tropezaba al entrar. –Tienen a mi familia, están aquí.
-¿Quiénes
están aquí?
-Esos
locos Cazadores de Sombras que volvieron loco a todo el mundo. Están aquí.
Tienen a mi familia. Debes ir, ahora.
-¿El
Círculo?
El niño sacudió la cabeza, no en desacuerdo
sino en confusión. Magnus podía ver que no sabía lo que el Círculo era, pero la
descripción encajaba. El chico debía de estar hablando de él.
-¿Dónde
están? –Preguntó el brujo.
-En Chinatown. En el refugio. –El niño casi temblaba
de impaciencia. –Mi mamá escuchó que esos raros estaba aquí. Ya mataron a todo
un grupo de vampiros en Spanish Harlem más temprano en la noche, dijeron que
por haber matado mundanos, pero nadie escuchó hablar de mundanos muertos, y un
hada dijo que venían a Chinatown a por nosotros. Así que mi mamá nos trajo al
refugio, pero entraron. Pude salir por una ventana. Mi mamá me dijo que viniera
contigo.
La historia fue contada en tal frenético y
embrollado apuro que Magnus no tuvo tiempo de desenredarlo.
-¿Cuántos
son ustedes? –Preguntó.
-Mi
mamá y mi hermano y hermana y otros seis de mi manada.
Así que nueve hombres lobo en peligro. La
prueba había llegado, y lo había hecho tan rápido que Magnus no tuvo tiempo de
realmente registrar sus sentimientos o pensar en un plan.
-¿Oíste
algo de lo que dijo el Círculo? –Preguntó el brujo. -¿De qué acusó a tu
familia?
-Dijeron
que nuestra manada anterior hizo algo, pero no sabemos nada sobre ello. Eso no
importa ¿o no? Los matarán de cualquier forma ¡Eso es lo que dicen todos! Debes
ir.
Agarró la mano de Magnus y lo empujó. El
brujo se separó del niño y agarró una libreta y una lapicera.
La última cosa que hizo antes de irse fue
escribir los detalles: dónde se encontraba el refugio (un almacén) y qué temía
que planeaba el Círculo hacer con los hombres lobo dentro. Dobló el pedazo de
papel, dándole forma de ave, y la envió con un golpe de sus dedos y un
estallido de chispas azules. El frágil pájaro de papel se tambaleó en el aire
como una hoja pálida, volando en la noche hacia las torres de Manhattan, que
cortaban la oscuridad como cuchillos brillantes.
No sabía por qué se molestaba en enviar un
mensaje a los Whitelaw. No pensaba que vendrían.
Magnus corrió por Chinatown bajo señales de
neón que titilaban y chisporroteaban, a través de la bruma amarilla de la
ciudad, que colgaba como fantasmas oradores de los pasantes. Corrió junto a un
grupo de personas drogadas en una esquina, y finalmente llegó a la casa donde
se encontraba el almacén, con su fino techo sacudiéndose por el viento
nocturno. Un mundano lo hubiera percibido más pequeño de lo que realmente era,
desgastado y obscuro, sus ventanas tapadas con madera. Magnus vio las luces,
Magnus vio la ventana rota.
Había una pequeña voz en la cabeza del brujo,
advirtiéndole, pero él había escuchado decir con gran detalle lo que el Círculo
de Valentine le hacía a los Subterráneos vulnerables cuando los encontraban.
Magnus corrió hacia el refugio, casi
tropezándose con sus Doc Martens sobre el pavimento roto. Alcanzó la puerta
doble, con aureolas, coronas y espinas pintadas con spray, y las abrió por
completo.
En la habitación principal, con sus espaldas
contra la pared, estaba un grupo de hombres lobo, aún, la mayoría de ellos, en
forma humana, aunque Magnus podía ver dientes y garras en algunos, agachados en
posición defensiva.
Rodeándolos había un grupo de jóvenes
Cazadores de Sombras.
Todos se giraron para ver a Magnus.
Incluso aunque los Nefilims hubieran estado
aguardando una interrupción, y los hombres lobo hubieran estado deseando un
salvador, aparentemente nadie esperaba tanto rosa eléctrico.
Los reportes sobre el Círculo eran verdad.
Tantos de ellos eran desesperadamente
jóvenes, una generación completamente fresca, brillantes nuevos guerreros que
recién alcanzaban la adultez. Magnus no estaba sorprendido, pero lo encontró
triste y exasperante que debieran tirar el esplendoroso principio de sus vidas
a la basura con ese odio sin sentido.
Al frente del grupo de Cazadores de Sombras,
estaba parado un pequeño conjunto de personas que, a pesar de su juventud,
tenían un aire autoritario en ellas: el círculo dentro del Círculo de
Valentine. Magnus no reconoció a nadie que coincidiera con la descripción que
había escuchado del cabecilla.
El brujo no estaba seguro pero pensaba que el
líder actual del grupo era, o el hermoso chico rubio de ojos azules, o el
hombre joven a su lado de pelo oscuro y cara estrecha e inteligente. Magnus
había vivido por un largo tiempo, y podía identificar a los miembros del grupo
que actuaban como líderes de la manada. Ninguno de los dos se veía imponente,
pero el lenguaje corporal del resto los señalaba a ellos. Estos dos eran
flanqueados por un joven hombre y una mujer, ambos de pelo negro y fieros
rostros de halcón, y detrás del hombre estaba un guapo joven de pelo
rizado. Atrás de ellos habían otros
seis. Al otro lado de la habitación había una única puerta simple, no una doble
como la que había atravesado Magnus, sino una puerta interior que conducía a
otra recámara. Un Nefilim bajo y fornido se encontraba frente a ella.
Eran demasiados para luchar, y también tan
jóvenes y frescos de las aulas escolares de Idris que Magnus nunca los había
conocido. El brujo no había enseñado en la academia de Cazadores de Sombras
desde hacía décadas, pero recordaba los salones, las lecciones del Ángel, las
jóvenes cabezas vueltas hacia arriba, bebiendo de cada palabra sobre su deber
sagrado.
Y estos Nefilims recientemente adultos habían
salido de sus salones de clase para hacer esto.
-El
Círculo de Valentine, presumo. –Dijo y los vio a todos impresionarse por sus
palabras, como si hubieran sido enseñados que los Subterráneos no tenían sus
propias formas de pasar la información al ser cazados. –Pero no creo estar
viendo a Valentine Morgenstern. Escuché que es lo suficientemente carismático
como para sacar a las aves de sus árboles y convencerlas de vivir bajo el mar.
Es alto, es devastadoramente atractivo, y tiene cabello rubio platinado.
Ninguno de ustedes encaja con esa descripción.
Magnus hizo una pausa.
-Y tampoco son rubios platinados.
Todos miraron impactados al ser referidos de
esa manera. Eran de Idris, y sin dudas que si conocían brujos, los conocían
como Ragnor, quien se aseguraba de ser profesional y civilizado en todos sus
tratos con Nefilims. Marian Whitelaw pudo haberle dicho a Magnus que controlara
su lengua rebelde, pero no había estado impresionada con su forma de hablar.
Estos niños estúpidos se contentaban con odiar a la distancia, con pelear y
nunca hablar con Subterráneos, con nunca arriesgarse, ni por un momento, a ver
a sus enemigos designados como cualquier cosa parecida a una persona.
Pensaban que lo sabían todo, y conocían tan
poco.
-Soy
Lucian Graymark, -Dijo el joven hombre con el delgado rostro inteligente al
frente del grupo. Magnus había escuchado el nombre antes: el parabatai de
Valentine, su segundo al mando, más querido que un hermano. A Magnus no le
gustó tan pronto habló. -¿Quién eres para venir aquí e interferir en el cumplir
con nuestro deber jurado?
Graymark sostuvo su cabeza en alto mientras
hablaba con una voz tan clara y autoritaria que contradecía su edad. Era en todo
sentido el hijo perfecto del Ángel, terco y despiadado. Magnus miró sobre su
hombro hacia los hombres lobo acurrucados al fondo de la habitación.
El brujo levantó una mano y pintó una línea
de magia, una barrera brillante de azul y dorado. Hizo a la luz arder tan
ferozmente como cualquier espada del ángel podría haberlo hecho, bloqueando el
camino de los Nefilim.
-Soy
Magnus Bane. Y ustedes están transgrediendo la ley en mi ciudad.
Eso obtuvo una pequeña risa. -¿Tu ciudad?
–Dijo Lucian.
-Necesitan
dejar a esta gente irse.
-Estas
criaturas, -Dijo Lucian. –son parte de la manada de lobos que mataron a los
padres de mi parabatai. Los rastreamos hasta aquí. Ahora podemos ejercer la
justicia de los Cazadores de Sombras, tal y como es nuestro derecho.
-¡Nosotros
no matamos a ningún Cazador de Sombra! –Dijo la única mujer entre los hombres
lobo. –Y mis hijos son inocentes. Matar a mis niños sería asesinato. Bane,
tienes que hacer que los suelten. Él tiene a mi…
-No escucharé más de tu lloriqueo de perro mestizo.
–Dijo el hombre joven con la cara de halcón, el parado al lado de la mujer
pelinegra. Se veían como un set de pareja, y las expresiones en sus rostros
eran igualmente feroces.
Valentine no era famoso por su piedad, y Magnus no confiaba en el Círculo
compadeciéndose de los niños.
Los
hombres lobo pueden haber estado parcialmente cambiados de humanos a lobo, pero
no se veían listos para luchar y Magnus no sabía por qué. Habían demasiados
Nefilims para estar seguro de poder vencerlos por su cuenta. Lo mejor que podía
esperar era entretenerlos conversando y poder implantar la duda en alguno del
Círculo, o que Catarina vendría, o los Whitelaw, y que se pondrían del lado de
los Subterráneos y no de su propia raza.
Era
una esperanza muy pequeña, pero era todo lo que tenía.
Magnus no pudo evitar mirar de nuevo al joven rubio al frente del grupo.
Había algo terriblemente familiar en él, como también una sombra de
sensibilidad en su boca y dolor en los profundos pozos azules de sus ojos.
Había algo que hacía que Magnus lo mirara como la única oportunidad de lograr
que el Círculo se desviara de su propósito.
-¿Cuál es tu nombre? –Preguntó el brujo.
Esos ojos azules se estrecharon. –Stephen
Herondale.
-Solía conocer a los Herondale muy bien, hace
mucho. –Dijo Magnus, y vio que fue un error por el modo que Stephen Herondale
se encogió. El Nefilim sabía algo, entonces había escuchado algunos oscuros
rumores sobre su árbol familiar, y estaba desesperado para probar que no era
verdad. Magnus no sabía que tan desesperado Stephen Herondale estaba y no tenía
deseos de averiguarlo. El brujo continuó, dirigiéndose a todos en general:
-Siempre fui amigo de los Cazadores de Sombras. Conozco a muchas de sus
familias, volviendo atrás cientos de años.
-No hay nada que podamos hacer para corregir
el cuestionable juicio de nuestros ancestros. –Dijo Lucian.
Magnus odiaba a este tipo.
-También, -Continuó el brujo, explícitamente
ignorando a Lucian Graymark, -Encuentro su historia sospechosa. Valentine está
listo para cazar a cualquier Subterráneo bajo cualquier pequeño pretexto ¿Qué
le hicieron los vampiros que mató en Harlem?
Stephen Herondale frunció el ceño y miró a Lucian, quien de a turnos se
veía afligido, pero dijo, -Valentine me dijo que fue a la cacería de unos vampiros
que rompieron los Acuerdos allí.
-Oh, los Subterráneos somos todos tan
culpables. Y eso es muy conveniente para ustedes ¿o no? ¿Qué pasa con sus
niños? El chico que vino a buscarme tiene unos nueve ¿Ha estado cenando carne
Nefilim?
-Las crías se aferran a cualquier hueso que
sus mayores les tiren. –Murmuró la mujer de pelo negro, el hombre a su lado
asintió.
-Maryse, Robert, por favor ¡Valentine es un
hombre honrado! –Dijo Lucian, su voz subiendo mientras se giraba para hablarle
a Magnus. –Él no lastimaría a un niño. Valentine es mi parabatai, mi más amado
hermano en armas. Su lucha es la mía. Su familia ha sido destruida, los
Acuerdos han sido rotos, y él se merece y tendrá su venganza. Hazte a un lado,
brujo.
Lucian Graymark no tenía un arma en la mano, pero Magnus vio que la
mujer de pelinegra, Maryse, detrás de él, tenía una espada brillando entre sus
dedos. El brujo miró nuevamente a Stephen y se dio cuenta de exactamente por
qué su cara le era tan familiar. Rubio y de ojos azules, era una versión más
etérea y delgada de un joven Edmund Herondale, como si Edmund hubiera vuelto
del cielo, doblemente angelical. Magnus no había conocido a Edmund por mucho,
pero había sido el padre de Will Herondale, quien fue uno de los pocos
Cazadores de Sombras que Magnus alguna vez consideró un amigo.
Stephen lo vio mirándolo. Sus ojos se estrecharon tanto que ese dulce
azul se perdió y parecían negros.
-¡Suficiente de este aparte con este engendro
del demonio! –Dijo Stephen. Sonaba a estar citando a alguien, y Magnus creía
saber a quién.
-Stephen, no… -Ordenó Lucian, pero el rubio
Stephen ya había tirado un cuchillo en dirección a uno de los hombres lobo.
Magnus agitó su mano e hizo que el cuchillo callera al suelo. Miró a los
hombres lobo. La mujer que había hablado le respondió la mirada con intensidad,
como tratando de transmitirle un mensaje usando sólo sus ojos.
-¿Esto es en lo que la moderna juventud
Nefilim se convirtió? –Preguntó Magnus. –Déjenme ver, ¿Cómo es que dice su
pequeño cuento de dormir sobre lo super-hiper-especiales que son?... Ah, sí: A
lo largo de los años, su mandato fue proteger a la humanidad, luchar contra las
fuerzas malignas hasta que sean finalmente derrotadas y el mundo pueda vivir en
paz. Ustedes no parecen estar terriblemente interesados en la paz o en proteger
a nadie ¿Contra qué están luchando exactamente?
-Yo estoy luchando por un mundo mejor para mí
y para mi hijo. –Dijo la mujer llamada Maryse.
-No tengo interés en el mundo que quieres.
-Le dijo Magnus, -O en tu, sin duda alguna, mocoso repelente, debo añadir.
Robert sacó una daga de su manga. El brujo no estaba preparado para
gastar toda su magia desviando dagas. Alzó una mano y toda la iluminación del
cuarto se apagó. Sólo el ruido y el
brilló de neón de la ciudad entraba, sin proveer la suficiente luz para ver,
pero Robert tiró la daga de todas formas. Entonces fue cuando el vidrio de las
ventanas se rompió y oscuras formas entraron: Rachel Whitelaw aterrizó con un
rol en el piso frente a Magnus y recibió el cuchillo destinado a él en su
hombro.
El
brujo podía ver mejor en la oscuridad que la mayoría. Vio que, más allá de toda
esperanza, los Whitelaw habían acudido. Marian Whitelaw, la cabeza del
instituto; su esposo, Adam; el hermano de Adam; y los jóvenes primos Whitelaw a
quienes Marian y Adam habían acogido después de la muerte de sus padres. Los
Whitelaw ya habían estado luchando esta noche. Sus trajes estaban manchados con
sangre y rotos, y Rachel Whitelaw estaba claramente herida. Había sangre en el
pelo gris, corte a lo garçon, de Marian, pero Magnus no
pensaba que fuera de ella. Marian y Adam Whitelaw, hasta donde el brujo sabía,
no habían sido capaces de tener sus propios hijos.
Se decía que adoraban tanto a los jóvenes
primos que vivían con ellos, que siempre hacían un escándalo sobre cualquier
joven Cazador de Sombras que fuera a su Instituto. Los miembros del Círculo
deben de haber sido colegas de los primos Whitelaw, deben de haber crecido
juntos en Idris. El Círculo estaba perfectamente diseñado para ganar la
simpatía de la familia.
El Círculo había entrado, de todas
formas, en pánico. No podían ver como lo hacía Magnus. No sabían quienes los
atacaban, sólo que alguien había venido en el auxilio del brujo. Magnus vio el
blandir de las espadas y oyó el sonido de las hojas al chocar, tan alto que era
casi imposible escuchar los comandos de alto y de bajar las armas que Marian
Whitelaw le daba al Círculo. Él se
preguntó quién del Círculo siquiera notó contra quién estaban peleando. Conjuró
una pequeña luz en su palma y buscó a la mujer hombre lobo. Debía saber por qué
los hombres lobo no atacarían.
Alguien lo golpeó. Magnus observó
los ojos de Stephen Herondale.
-¿Nunca
tienes dudas sobre todo esto? –Resolló el brujo.
-No,
-Jadeó Stephen. –Perdí demasiado, sacrifiqué demasiado por esta gran causa, y
nunca le daré la espalda.
Mientras hablaba, levantó su
cuchillo hacia la garganta de Magnus. El brujo calentó el mango en la mano del
joven hasta que lo soltó.
A Magnus de pronto no le importaba
qué había Stephen sacrificado, o el dolor en sus ojos azules. Quería al niño fuera de este mundo.
El brujo quería olvidar haber visto la cara de Stephen Herondale tan llena de
odio y tan parecida a caras que Magnus había amado. El inmortal recitó un nuevo
encanto en su mano, y estuvo a punto de lanzárselo a su atacante, cuando un
pensamiento lo detuvo. No sabía cómo podría mirar a Tessa a la cara de nuevo si
mataba a uno de sus descendientes.
Entonces, Marian Whitelaw se
posicionó a la luz del hechizo brillando en la palma de Magnus, y Stephen
empalideció de la sorpresa.
-¡Señora,
es usted! No deberíamos… somos Cazadores de Sombras. No deberíamos estar
peleando por ellos. Son Subterráneos. –Siseó Stephen. –Se van a volver contra
ti como los perros desleales que son. Esa es su naturaleza. No vale la pena
luchar por ellos ¿Qué dice?
-No
tengo ninguna prueba de que estos hombres lobo hayan roto los Acuerdos.
-Valentine
dijo, -Comenzó Stephen, pero Magnus
escuchó la duda en su voz. Lucian Greymark podía creer que sólo cazaban a
Subterráneos que hayan roto los Acuerdos, pero Stephen al menos sabía que
estaban actuando como justicieros más que como Nefilims respetuosos de las
leyes. Stephen lo había estado haciendo de cualquier manera.
-No
me importa lo que Valentine Morgenstern dice. Yo digo que la Ley es dura.
–Replicó Marian. Sacó su espada y la blandió contra la de Stephen.
Sus ojos se encontraron,
brillantes, por sobre sus hojas.
Marian continuó con suavidad, -Pero es la
ley. No tacarán a estos Subterráneos mientras yo, o alguien de mi sangre, viva.
El caos hizo erupción, pero las más oscuras
imaginaciones de Magnus habían probado ser incorrectas. Cuando se habían unido a la pelea, hubieron
Cazadores de Sombras de su lado luchando con él contra Cazadores de Sombras,
luchando por Subterráneos y los Acuerdos de paz a la que todos habían accedido.
La primer baja fue el Whitelaw más joven.
Rachel Whitelaw embistió a la mujer llamada Maryse, y la pura ferocidad del
ataque hizo retroceder a Maryse tanto que Rachel casi la tuvo. Maryse tropezó
pero se recompuso, tanteando por una nueva espada. Entonces, el hombre de pelo
negro, Robert, quien Magnus pensó que era el esposo, arremetió contra Rachel y
la atravesó.
Rachel se encorvó con la punta de la espada
del hombre perforándola como un clip, como a una mariposa.
-¡Robert!
–Dijo Maryse en voz baja, como si no pudiera creer lo que pasaba.
Robert sacó su espada del pecho de la niña y
esta se desplomó sobre el suelo.
-Rachel
Whitelaw acaba de ser asesinada por un Cazador de Sombras. –Gritó Magnus, e
incluso entonces pensó que Robert gritaría que sólo estaba defendiendo a su
esposa. Magnus creyó que los Whitelaw preferirían bajar sus armas antes que
seguir derramando sangre Nefilim.
Pero Rachel había sido el bebé de la familia,
la mascota especial de todos. Los Whitelaw, como uno, rugieron en desafío y se
arrojaron a la lucha con una ferocidad redoblada.
Adam Whitelaw, un impasible hombre viejo de
cabello blanco quien siempre parecía seguir a su esposa, cargó contra el
Círculo de Valentine, sacudiendo una resplandeciente hacha por sobre su cabeza,
y derribó a todo aquel que se paró frente a él.
Magnus se dirigió hacia los hombres lobo,
hacia la mujer quien había sido la única en permanecer humana, incluso aunque
sus dientes y garras estaban creciendo rápidamente.
-¿Por
qué no estás peleando? –Le demandó.
La mujer hombre lobo lo miró como si fuera
imposiblemente estúpido.
-Porque
Valentine está aquí. –Dijo cortante. –Porque tiene a mi hija. La llevó allí, y
dijeron que si nos movíamos la matarían.
Magnus no tuvo un momento para reflexionar
sobre lo que Valentine le haría a una pequeña niña Subterránea indefensa. Elevó
una mano y levantó del suelo al Cazador de Sombras bajo y fornido de la puerta
simple al fondo de la habitación, luego, corrió hacia ella.
Escuchó los gritos a su espalda de los
Whitelaw demandando: “Bane, ¿dónde estás?”; y un grito, que Magnus pensó era de
Stephen, diciendo: “¡Va tras Valentine! ¡Mátenlo!”
Detrás de la puerta, oyó un sonido bajo y
horrible. La abrió de un empujón.
Del otro lado, había un pequeño cuarto
ordinario, del tamaño de un dormitorio, aunque no había camas, sólo dos
personas y una silla. Allí estaba un hombre alto con una cascada de cabello
rubio platinado, usando el negro de los Cazadores de Sombras. Él estaba
inclinado sobre una niña que parecía de doce. Ella estaba atada a la silla con
cuerda de plata y hacía un terrible sonido grave, una mezcla entre gemido y
lloriqueo.
Sus ojos brillaban, Magnus pensó por un
momento que la luz de luna los convertía en espejos.
Su error duró un cortísimo instante. Luego
Valentine se movió un poco y el resplandor de los ojos de la niña se resolvió
ante la visión del brujo. El brillo no eran sus ojos. La luz de luna
centelleante eran monedas de plata presionadas contra ellos, pequeñas volutas de humo escapaban desde
debajo de los discos luminosos, como los pequeños sonidos de entre sus labios.
Ella trataba de suprimir el son de su dolor por el miedo que tenía a lo que
Valentine fuera a hacerle a continuación.
-¿A
dónde fue tu hermano? –Demandó Valentine, y los quejidos de la niña
continuaron, pero sin decir nada.
Magnus sintió por un momento que se convertía
en una tormenta, con negras nubes arremolinándose, el retumbar de los truenos y
el partir de los rayos, y toda esa tempestad quería descargarse contra la
garganta de Valentine. La magia de Magnus arremetió por voluntad
casi propia, saltando de ambas manos. Era como un rayo, ardiendo tan azul que
por poco parecía blanco. Golpeó a Valentine, derribándolo contra una pared, tan
fuerte que se formó una grieta, para luego deslizarse hasta el suelo.
Ese
único acto gastó demasiado el poder de Magnus, pero no podía pensar en eso
ahora. Corrió hacia la silla de la niña y la desató, luego tocó su rostro con
dolorosa amabilidad.
Ella estaba
llorando más libremente ahora, encogiéndose y sollozando bajo sus manos.
-Calla, calla. Tu hermano me envió. Soy un
brujo; estás a salvo. –Le murmuró tomándola del cuello.
Las monedas estaban lastimándola. Debían ser
quitadas ¿Pero, removiéndolas, no le haría más daño? Magnus podía sanar, pero
nunca había sido su especialidad como Catarina, y no tenía que curar a hombres
lobo seguido. Ellos eran tan resistentes. Él sólo podía desear que ella fuera
fuerte ahora.
Levantó las monedas lo más gentilmente que
pudo y las tiró contra la pared.
Era demasiado tarde. Había sido demasiado
tarde antes de que siquiera entrara en la habitación. Se había quedado ciega.
Los labios de la niña se separaron y dijo:
-¿Está
mi hermano a salvo?
-Tan
a salvo como podría estar, cariño. –Dijo Magnus. –Te llevaré con él.
Tan pronto como dijo la palabra “él”, sintió
una cuchilla fría hundirse en su espalda, y su boca llenarse con sangre caliente.
-Oh,
¿Cómo lo harás? –Preguntó la voz de Valentine en su oído.
La espada se deslizó fuera de su espalda,
hiriéndolo tanto como lo había hecho al haber entrado. Magnus apretó los
dientes y agarró el respaldo de la silla con más fuerza, manteniéndose a sí
mismo arqueado sobre la niña para protegerla, y giró la cabeza para encarar a
Valentine.
El hombre rubio platinado se veía más viejo
que los otros líderes, pero Magnus no estaba seguro de si era en realidad mayor
o si su frío propósito hacía que su rostro pareciera estar tallado en mármol.
El brujo quería aplastarlo.
La mano de Valentine se movió y Magnus apenas
logró tomar la muñeca de Valentine antes de encontrar su cuchillo en su pecho.
El brujo se concentró, haciendo que la palma
de su mano ardiera y electricidad azul circulara por sus dedos. Hizo que el
contacto quemara como la plata lo había hecho con la niña, y rió al escuchar el
siseó de dolor de Valentine.
Valentine no preguntó su nombre como los
otros, no lo trató como una persona, precisamente. Él simplemente lo miraba con
ojos fríos, de la misma manera que cualquiera observa a un animal desagradable
en su camino, impidiendo su progreso.
-Interfieres
en mis negocios, brujo.
Magnus escupió sangre en su cara. –Tú
torturas a un niño en mi ciudad. Nefilim.
Valentine usó su mano libre para golpear al
brujo y mandarlo de espaldas, tambaleándose. Valentine giró y lo siguió y
Magnus pensó: Bien. Significaba que se estaba alejando de la niña.
Era ciega, pero un hombre lobo, su oído y
olfato eran tan importantes como su vista. Podía correr y encontrar el camino
hacia su familia.
-Pensé
que estábamos jugando a un juego en el que decíamos lo que era la otra persona
y lo que hacíamos. –Le dijo Magnus. -¿Lo hice mal? ¿Puedo tratar de adivina de
nuevo? ¿Estás rompiendo tus propias leyes sagradas, idiota?
Miró a la niña, esperando que corriera, pero
parecía congelada en su lugar con terror. Magnus no se atrevía a llamarla en
caso de atraer la atención de Valentine.
El brujo alzó una mano, bosquejando un
hechizo en el aire, pero Valentine lo vio venir y lo evadió. Saltó contra una
pared, con la velocidad de los Nefilim, para lanzarse contra Magnus, tirando de
sus piernas. Cuando el inmortal cayó, Valentine lo golpeó brutalmente fuerte.
Sacó una espada y la bajó. El brujo rodó para así que lo golpeara de refilón en
las costillas, cortando la camisa y piel, pero no los órganos vitales. No esta
vez.
Magnus deseo con sinceridad, no morir aquí,
en este almacén frío, lejos de cualquiera a quien amara. Trató de levantarse
del suelo, pero estaba resbaloso con su propia sangre, y los retazos de magia
que le quedaban no eran suficientes para sanar o pelear, menos que menos ambos.
Marian Whitelaw se paró frente a él, con sus
espadas desenvainadas y nuevas runas brillando en sus brazos. Su cabello
brillaba plateado ante su visión borrosa.
Valentine blandió su espada y la cortó casi a
la mitad.
Magnus jadeó, su salvación perdida tan pronto
como la había encontrado, entonces giró su cabeza al sonido de más pasos sobre
la piedra.
Había sido un tonto por haber esperado otro
rescate. Vio a uno de los del Círculo de Valentine parado en la entrada con sus
ojos puestos sobre la niña hombre lobo.
-¡Valentine!
–Gritó Lucian Graymark. Corrió hacia la chica y Magnus se tensó, enrollado
listo para saltar, pero se detuvo al ver a Lucian recoger a la nena y girar
hacia su maestro. -¿Cómo pudiste hacer esto? ¡Es una niña!
-No,
Lucian. Ella es un monstruo con la forma de niña.
Lucian sostenía a la chica, su mano en el
pelo de ella, acariciándola y relajándola. Magnus comenzaba a pensar que puede
haber juzgado realmente mal a Lucian Graymark. La cara de Valentine estaba
blanca como el hueso. Parecía una estatua, ahora más que nunca.
Valentine dijo, lentamente. -¿No me
prometiste obediencia incondicional? Dime, ¿Qué uso le tengo a un segundo en
comando que me socava de esta forma?
-Valentine,
te quiero y comparto tu dolor. –Dijo Lucian, -Sé que eres un buen hombre. Sé
que si te detienes y reflexionas verás que esto es una locura.
Cuando Valentine dio un paso hacia él, Lucian
dio uno hacia atrás. Curvó su mano de forma protectora sobre el cabello de la
niña lobo mientras ella se aferraba a él con sus pequeñas piernas enganchadas
alrededor de su cintura; su otra mano se removía como si fuera a ir por un
arma.
-Muy
bien. –Dijo finalmente Valentine con gentileza. –Que sea a tu manera.
Se hizo a un lado para dejar a Lucian
Graymark pasar a través de la puerta, hacia el corredor, y de vuelta a la
habitación donde los hombres lobo pensaron que estarían a salvo.
Dejó a Lucian devolverle a los hombres lobo,
su hija, y lo siguió a una cierta distancia.
Magnus no confió en Valentine ni por un
instante. No creería que la niña estaba
a salvo hasta que se encontrara en los brazos de su madre.
Lucian Graymark le había dado al brujo tiempo
suficiente como para reunir su magia. Se concentró y sintió su piel soldarse a medida
que su poder se desvanecía.
Se levantó del suelo y corrió tras ellos.
La pelea en la habitación que habían dejado
se había tranquilizado, pero porque habían muchos cuerpos. Alguien había
logrado volver a encender las luces. Había un lobo yaciendo muerto en el piso,
transformándose, centímetro a centímetro, en un joven hombre pálido. Otro
muchacho falleció a su lado, uno del Círculo. Y, en la muerte, no se veían tan
diferentes.
Muchos de los Cazadores de Sombras en el
Círculo de Valentine permanecían de pie. Ninguno de los Whitelaw lo estaba.
Maryse Lightwood tenía la cara en sus manos. Algunos otros estaban visiblemente
perturbados. Ahora, las sombras y el frenesí de la batalla habían retrocedido,
y habían sido dejados a la luz de lo que habían hecho.
-Valentine.
–Dijo Maryse, su voz implorante a medida que su líder se acercaba. –Valentine
¿Qué hemos hecho? Los Whitelaw están muertos… Valentine…
Todos miraban a Valentine cuando se acercaba,
apiñándose contra él como niños asustados, no como adultos. Debe de haberlos
agarrado cuando eran muy jóvenes, pensó Magnus, pero se encontró a sí mismo
incapaz de preocuparse por si les habían lavado el cerebro o engañado, no
después de lo que habían hecho. Parecía que no había más pena en él.
-No
hicieron nada mas que tratar de defender la Ley. –Dijo Valentine. –Saben que
todos los traidores a nuestra raza deben pagar algún día. Si hubieran elegido
hacerse a un lado, creernos, sus compañeros hijos del Ángel, estarían todos
bien.
-¿Qué
hay de la clave? –Dijo el hombre de pelo rizado con una nota de desafío en su
voz.
-Michael,
-Murmuró el esposo de Maryse.
-¿Qué
de ellos, Wayland? –Preguntó Valentine, cortante. –Los Whitelaw murieron por
unos hombres lobo rebeldes. Es la verdad y eso le diremos a la Clave.
El único del Círculo de Valentine que no
estaba escuchando desesperadamente, era Lucian Graymark. Él hizo su camino hasta la mujer lobo y puso
a la pequeña en sus brazos. Magnus escuchó a la mujer jadear al ver los ojos de
su hija. Escuchó el comienzo de un suave llanto. Lucian permaneció al lado de
madre e hija, viéndose profundamente afligido, luego cruzó el suelo con pisadas
repentinamente determinadas.
-Vámonos,
Valentine. –Dijo. –Todo esto con los Whitelaw fue… fue un terrible accidente.
No podemos tener a nuestro Círculo sufriendo por esto. Deberíamos irnos, ahora.
Estas criaturas no merecen nuestro tiempo, ninguna de ellas. Estos hombres lobo
son sólo extraviados que se alejaron de su manada. Ambos vamos a ir de caza al
campamento de hombres lobo donde la verdadera amenaza yace esta noche. Vamos a
hacer caer al líder de la manada, juntos.
-Juntos.
Pero mañana al crepúsculo ¿Vienes a casa hoy? –Preguntó Valentine en voz baja.
–Jocelyn tiene algo que decirte.
Lucian apretó el brazo de Valentine, claramente
aliviado. –Por supuesto. Cualquier cosa por Jocelyn. Cualquier cosa por
cualquiera de ustedes dos. Lo sabes.
-Amigo
mío, -Dijo Valentine. –Lo hago.
Valentine tomó el brazo de Lucian en
respuesta, pero Magnus notó la mirada que le ofreció. Había amor allí, pero
también odio, y este último estaba ganando. Era tan claro como la aleta de un
tiburón plateado en las oscuras aguas de los oscuros ojos de Valentine. Había
muerte en aquellos ojos.
El brujo no estaba sorprendido. Había visto a
muchos monstruos que podían amar, pero sólo unos pocos que habían dejado que el
amor los cambiara, quienes habían sido capaces de transformar el amor de una
persona en amistad hacía varias.
Recordó la cara de Valentine como el líder
del Círculo que había partido a Marian Whitelaw en dos sangrientas mitades, y
Magnus se preguntó que sería vivir con alguien como Valentine, se preguntó cómo
era para su esposa, a quien Marian había descripto como encantadora. Podías
compartir tu cama con un monstruo, recostar tu cabeza en la misma almohada que
otra cabeza llena de asesinatos y locura. Él mismo lo había hecho.
Pero el amor ciego no dura. Un día levantas
la cabeza de la almohada y ves la pesadilla
que estás viviendo.
Lucian Graymark podía ser el único del lote
por el que valiera la pena preocuparse, y Magnus apostaría que podía darse como
muerto.
El brujo había cometido un terrible error al
dejar que el pasado lo engañara; había cometido un error al pensar que alguien
con rastros de bondad en él era Stephen Herondale. Magnus miró a Stephen, a su
hermosa cara y su débil boca. Tuvo un repentino impulso de decirle al Cazador
de Sombras que había conocido y amado a su ancestro, que Tessa estaría
decepcionada de él. Pero no quería que el Círculo se acordara y fuera tras su
amiga.
Magnus no dijo nada. Stephen Herondale había
elegido su lado, y él, el suyo.
El Círculo de Valentine se retiró del
almacén, marchando como un ejército.
Magnus corrió hacia donde Adam Whitelaw yacía
en un charco de sangre, con su brillante hacha, sosa e intacta en la misma
charca.
-¿Marian?
–Preguntó Adam. El brujo se arrodilló sobre la sangre, sus manos buscando y
cerrando las peores heridas. Habían tantas… demasiadas.
Magnus miró a los ojos de Adam, de donde la
luz se desvanecía, y supo que el hombre leyó la respuesta en su cara antes de
que el brujo pensara en mentirle.
-¿Mi
hermano? –Preguntó el Nefilim. -¿Los… los niños?
Magnus miró alrededor de la habitación, a los
muertos. Cuando regresó su vista, Adam Whitelaw había girado el rostro y
colocado su boca de manera que no mostrara dolor o pena. El brujo usó toda la
magia restante para aliviar su dolor, y, al final, Adam levantó una mano y detuvo
a la de Magnus, descansando su cabeza en el brazo del inmortal.
-Suficiente,
brujo. –Dijo, su voz áspera. –No… no viviría si pudiera. –Tosió, un sonido
húmedo y terrible, y cerró los ojos.
-Ave
atque vale, Cazador de Sombras. –Susurró Magnus. –Tu ángel estará orgulloso.
Adam Whitelaw no parecía escuchar. Fue sólo
un momento después que el último de los Whitelaw murió en sus brazos.
La Clave creyó que los Whitelaw habían sido
asesinatos por hombres lobo rebeldes, y nada que Magnus dijera hizo ninguna
diferencia. Él no había esperado que le creyeran.
Apenas sabía por qué había hablado, excepto
porque los Nefilims preferían claramente que se mantuviera callado.
Magnus esperó la vuelta del Círculo.
El grupo no regresó a Nueva York de nuevo,
pero el brujo los vio nuevamente. Los vio en el levantamiento.
No mucho después de la noche del almacén,
Lucian Graymark desapareció como si hubiera muerto, y Magnus asumió que lo
había hecho. Entonces, un año después, el brujo escuchó nuevamente de Lucian.
Ragnor Fell le contó que había un hombre lobo que una vez había sido Cazador de
Sombras, y que estaba extendiendo la palabra de que el momento había llegado de
que el Submundo estuviera listo para luchar contra el Círculo. Valentine
desveló su plan y armó a su grupo para el tiempo en que los Acuerdos de paz
entre Nefilims y Subterráneos estaban por ser firmados de nuevo. Su Círculo
liquidó a Cazadores de Sombras y Subterráneos por igual en el Gran Salón del
Ángel.
Gracias a la advertencia de Lucian Graymark,
los Subterráneos fueron capaces de correr hacia el Salón y sorprender al
Círculo de Valentine. Habían sido advertidos y también muy bien armados.
Los Cazadores de Sombras sorprendieron a
Magnus entonces, como los Whitelaw lo habían hecho antes. La Clave no abandonó
a los Subterráneos y se unió al Círculo. La vasta mayoría de ellos, de la Clave
y de los líderes de Institutos, hicieron la elección que los Whitelaw habían
hecho antes que ellos. Pelearon por sus alianzas juradas y por la paz, y el
Círculo de Valentine fue vencido.
Pero una vez la batalla hubo terminado, los
Cazadores de Sombras culparon a los Subterráneos por las muertes de tanta de su
gente, como si la batalla haya sido la idea del Submundo. Los Nefilims se
enorgullecían de su justicia, pero la que le daban al tipo de Magnus siempre
fue glacial.
Las relaciones entre ambos grupos no
mejoraron. El brujo perdió la esperanza de que alguna vez lo hicieran.
Especialmente cuando la Clave mandó a los
últimos miembros del Círculo, a los Lightwood y a Hodge Starkweather, a la ciudad de Magnus, para expiar por sus
crímenes al dirigir el Instituto de Nueva York como exiliados de la Ciudad de
Cristal.
Los Cazadores de Sombras eran apenas
suficientes después de la masacre, y no podían ser repuestos sin la Copa
Mortal, que parecía haberse perdido con Valentine. Los Lightwood sabían que
habían sido tratados piadosamente debido a sus altas conexiones en la Clave, y
que si tenían un solo desliz, la Clave los aplastaría.
Raphael Santiago de los vampiros, quien le
debía a Magnus un favor o veinte, reportó que los Lightwood eran distantes,
pero escrupulosamente justos con todo Subterráneo con el que se ponían en
contacto. El brujo sabía que, tarde o temprano, tendría que trabajar con ellos,
aprender a ser civilizado con ellos, pero prefería que fuera tarde. Toda la
sangrienta tragedia del Círculo de Valentine había acabado, y Magnus prefería
no volverse a ver a la oscuridad del pasado, sino que soñar con luz.
Por más de dos años después del
levantamiento, Magnus no vio a nadie del Círculo de Valentine de nuevo. Hasta
que lo hizo.
Ciudad de Nueva York, 1993
La vida de los brujos era una de
inmortalidad, magia, glamour y entusiasmo a través de las eras.
A veces, a pesar de ello, Magnus quería
quedarse dentro y mirar la televisión en el sillón como cualquier otra persona.
Estaba acurrucado junto a Tessa mirando un video de Orgullo y Prejuicio. Su
amiga, llegado aun cierto punto, se estaba quejando sobre como el libro era
mejor.
-Esto
no es lo que Jane Austen hubiera querido. -Le dijo Tessa. -Si pudiera ver esto,
estoy segura de que estaría horrorizada.
Magnus se levantó del sillón y fuea pararse
junto a la ventana. Estaba esperando a que llegara la comida China y moría de
hambre tras un largo dia de holgazanería y libertinaje, pero no vio al del
delivery. La única persona en la calle era una joven mujer cargando un bebé muy
abrigado para protegerlo del frío.
-Si
Jane Austen pudiera ver esto, -Dijo Magnus, -Asumo que estaría gritando:
"¡Hay pequeños demonios en esta cajita! ¡Traigan a un clérigo!", y
golpeando el televisor con su sombrilla.
El timbre de la puerta sonó y Magnus se giró
de la ventana.
-Finalmente,
-Dijo agarrando un billete de diez dólares de una mesa cercana a la puerta, y
dejó entrar al repartidor. -Necesito un poco de carne y brócoli antes de seguir
enfrentando al sr. Darcy. Es una verdad universal que si miras demasiada
televisión con estómago vacío, se te cae la cabeza.
-Si
se te cayera la cabeza, -Dijo Tessa. -La industria peluquera quebraría.
Magnus asintió tocándose el cabello, que
pasaba la altura del mentón. Abrió la puerta aún en aquella pose y se encontró
mirando a una mujer con una corona de rizos rojos. Estaba sosteniendo a un
niño. Era la mujer que había visto en la calle hacía unos momentos. Magnus
estaba impresionado de ver a alguien en su puerta con una apariencia tan
humana.
La joven estaba vestida con jeans sueltos y
una remera teñida, bajó su mano, que
estaba alzada como para tocar la puerta, y Magnus vio el rastro de desgastadas
runas plateadas. Él había visto demasiadas de esas para estar equivocado.
Llevaba Marcas de Acuerdo, acarreando lo
restante de viejas runas en su piel como recordatorios. Al menos no era una
mundana entonces. Era una Cazadora de Sombras, pero una sin Marcas recientes,
ni vestida en su uniforme.
Ella no se encontraba aquí por asuntos
oficiales. Ella estaba en problemas.
-¿Quién
eres? -Demandó Magnus.
Tragó y respondió. -Soy... era Jocelyn
Morgenstern.
El nombre hizo resurgir memorias de años
atrás. El brujo recordó la espada entrando en su espalda y el sabor a sangre.
Lo hizo querer escupir.
La esposa del monstruo en su puerta. Magnus
no podía dejar de mirarla.
Ella también lo observaba. Parecía impactada
por su piyama. El inmortal estaba francamente ofendido. Él no había invitado a
ninguna esposa de líderes de cultos de odio dementes, a pasarse y juzgar su
vestuario. Si quería olvidar la remera y usar pijamas escarlata con pequeños
osos polares y una camisa de cama negra de seda, podía hacerlo. Nadie lo
suficientemente afortunado para ver a Magnus en su atuendo para dormir se había
quejado antes.
-No
recuerdo haber ordenado a la esposa de un maniático malvado. -Dijo Magnus.
-Definitivamente era carne y brócoli ¿Qué hay de ti, Tessa? ¿Tú ordenaste a la
esposa de un maniático malvado?
Abrió más la puerta para dejarle ver a su
amiga quién era. Nada más fue dicho por un momento. Luego, Magnus vio el bulto
cubierto con una manta en los brazos de Jocelyn, revolverse. Fue en ese momento
que recordó que había un niño.
-He
venido hasta aquí, Magnus Bane, -Dijo Jocelyn. -Para rogarte ayuda.
Magnus asió el marco de la puerta hasta que
sus nudillos se pusieron blancos.
-Déjame
pensar. -Dijo. -No.
Lo detuvo la suave voz de Tessa. -Déjala
entrar, Magnus.
El brujo se giró para mirarla -¿Es en serio?
-Quiero
hablar con ella.
La voz de Tessa había tomado un tono extraño.
También, la persona del delivery había aparecido en el pasillo llevando una
bolsa con su comida. Magnus le hizo una seña con la cabeza a Jocelyn para que
entrara, entregó el billete de diez dólares y cerró la puerta en la cara del confundido
repartidor, quien no había tenido tiempo de pasarle la comida.
Ahora la mujer se encontraba parada,
insegura, junto a la puerta. La pequeña personita en sus brazos pateó y estiró
las piernas.
-Tienes
un bebé.-Dijo Magnus, sacando a relucir lo que era ahora obvio.
Jocelyn lo levantó, incómoda, y lo apretó
contra su pecho.
Tessa caminó hacia ellos en silencio y se
paró junto a Jocelyn. Incluso aunque llevaba puesto pantalones deportivos
negros y una remera gris mucho más grande que ella que decía: William quiere
una muñeca, todavía acarreaba un aire de autoridad y formalidad con ella. La
remera, como era, era una manifestación feminista de que a los niños les
gustaba jugar con muñecas y a las niñas con camiones, pero Magnus sospechaba
que la había elegido, en parte, por el nombre. El esposo de Tessa había
fallecido hacia tanto, que su nombre traía felicidad, memorias borrosas en
lugar de la cruda agonía que ella había estado sintiendo por años después de su
muerte. Otros brujos habían amado y perdido, pero pocos eran tan
desesperadamente fieles como Tessa. Décadas después, no le había permitido a
nadie siquiera acercarse a gar su corazón.
-Jocelyn
Fairchild, -Dijo. -Descendiente de Henry Branwell y Charlotte Fairchild.
Jocelyn parpadeó, como si no hubiera estado
esperando la lectura de su propia genealogía.
-Eso
es correcto. -Dijo con cautela.
-Los
conocía, como ves. -Explicó Tessa. -Te pareces mucho a Henry.
-¿Los
conociste? Entonces debes ser...
Henry había estado muerto por casi un siglo,
y Tessa no aparentaba más de veinticinco.
-¿También
eres una bruja, entonces? -Preguntó Jocelyn con sospecha. Magnus vio que sus
ojos cayeron desde la cabeza de su amiga hasta sus pies, buscando una marca
demoniaca, el signo que le indicaría a un Cazador de Sombras que era impuro,
inhumano, y que debía ser despreciado. Algunos brujos las podían ocultar bajo
la ropa, pero Jocelyn podía mirar a Tessa tanto como quisiera y no encontraría
ninguna.
Tessa no se acercó molesta, pero era claro
que, de las dos, ella era la más alta, y sus ojos podían ser muy fríos.
-Lo
soy. -Dijo -Mí nombre es Theresa Gray, hija de un Gran Demonio y Elizabeth
Gray, quien nació de Adele Starweather, una de su tipo. Fui la esposa de
William Herondale, quien era la cabeza del Instituto de Londres, y fui la madre
de James Herondale y Lucie Blackthorn. Will y yo criamos a nuestros niños
Cazadores de Sombras para proteger mundanos, para vivir con las leyes de la
Clave y del Convento, y para mantener los Acuerdos.
Habló a la mejor manera que sabía, a la
manera Nefilim.
-Hubo
un tiempo en el que viví entre los Cazadores de Sombras. -Dijo con suavidad.
-Hubo un tiempo en el que pude haber parecido una persona para ti.
Jocelyn parecía desconcertada, de la forma
que la mayoría de la gente lo hacía al aprender algo que hacía que todo el
mundo perdiera su familiaridad.
-Entiendo
si encuentras mis crímenes contra los Subterráneos imperdonables. -Dijo
Jocelyn.-Pero yo, yo no tengo a donde ir. Necesito ayuda. Mi hija necesita
ayuda. Es una Cazadora de Sombras y la hija de Valentine. No puede vivir entre
los de mi propia especie. No podemos volver atrás. Necesito un hechizo para proteger
sus ojos de todo excepto del mundo humano. No necesita saber qué era su padre,
-Jocelyn casi tose, pero levantó el mentón y agregó, -O lo que hizo su madre.
-Así
que vienes a rogarnos a nosotros.-Dijo Magnus. -A los monstruos.
-No
tengo problemas con los Subterráneos, -Dijo Jocelyn finalmente. -Yo... mi mejor
amigo es un Subterráneo, y no creo que esté tan cambiado de la persona que
siempre amé. Estaba equivocada. Tendré que vivir por siempre con lo que hice.
Pero, por favor, mi hija no es culpable de nada.
Su mejor amigo, el Subterráneo. Magnus supuso
que Lucian Graymark seguía con vida entonces, aunque nadie lo haya visto desde
el Levantamiento. El brujo pensó un poco mejor de Jocelyn por llamarlo su mejor
amigo. La gente decía que ellos dos habían planeado derrotar a Valentine
juntos, aunque Jocelyn no había estado allí para confirmar el rumor después de
la batalla. Magnus no la había visto en el Levantamiento. No había sabido si creer en lo aclamado o no.
El inmortal había considerado muchas veces
que la justicia de los Cazadores de
Sombras era más una crueldad que otra cosa, y él no quería ser cruel. Miró a la
cara fatigada y desesperada de la mujer y al bulto en sus brazos y no pudo ser
cruel. Creía en la redención, la incipiente gracia en cada persona que conoció.
Era una de las pocas cosas en las que tenía que creer, la posibilidad de
belleza al enfrentarse a una realidad con tanta fealdad.
-Dijiste
que estuviste casada con un Herondale, -Le suplicó Jocelyn a Tessa, su voz era
tenue, como si ya pudiese ver la debilidad de este argumento, pero no tenía
otro para hacer. -Stephen Herondale era mi amigo...
-Stephen
Herondale me hubiera asesinado de haberme conocido. -Dijo Tessa. -No hubiera
estado a salvo viviendo entre gente como tú, o como él. Soy la madre y esposa
de guerreros que lucharon y murieron y que nunca se deshonraron como ustedes lo
hicieron. He usado el uniforme, blandido espadas, y acuchillado demonios, y
todo lo que deseaba era vencer el mal para vivir y ser feliz con aquellos que
amaba. Deseé haber hecho este mundo un lugar más feliz y seguro para mis hijos.
Pero, gracias al Círculo de Valentine, la línea de los Herondale, la línea que
eran los hijos de los hijos de mi hijo, se acabó. Eso pasó por ti, y tu Círculo
y tu esposo. Stephen Herondale murió con odio en su corazón y sangre de mi
gente en sus manos. No puedo imaginarme un peor modo para que que mi línea y la
de Will terminara. Voy a tener que cargar, por el resto de mi vida, con la
herida que el Círculo de Valentine me ha hecho, y viviré por siempre.
Tessa hizo una pausa y miró el blanco y
desesperado rostro de Jocelyn, y luego, más gentilmente, dijo.
-Pero
Stephen Herondale ha hecho sus propias elecciones, y tu has hecho otras aparte
de la de odiar. Sé que Valentine no podría haber ser vencido sin tu ayuda. Y tu
niño no le hizo mal a nadie.
-Eso
no significa que tiene derecho a nuestra ayuda. -Interrumpió Magnus. No quería
rechazar a Jocelyn, pero aún había una fastidiosa voz dentro suyo que le decía
que era el enemigo. -Aparte de la cual, no le doy caridad a los Cazadores de
Sombras, y dudo que tengas el dinero para pagar por mi ayuda. Los fugitivos
están raramente bien establecidos.
-Encontraré
el dinero. -Dijo Jocelyn. -No soy un caso de caridad, y ya no soy una Cazadora
de Sombras. No quiero tener nada que ver con los Nefilims. Quiero ser alguien
más. Quiero criar a mi hija de forma que sea alguien más, sin vínculos con la
Clave o descarrilamientos por nadie. Quiero que sea más valiente de lo que fui,
más fuerte, y que no deje que nadie decida su destino por ella.
-Nadie
puede pedir más que eso para su niño, -Dijo Tessa y se acercó más -¿Puedo
sostenerla?
Jocelyn dudó por un momento, sosteniendo con
fuerza el pequeño bulto que era la niña. Luego, lentamente y reluctante, con
movimientos casi torpes, se inclinó hacia adelante y apoyó al bebé en los
brazos de la mujer que acababa de conocer.
-Es
hermosa. -Murmuró Tessa. Magnus no sabía si su amiga había sostenido a un bebé
por décadas, pero movió a la niña sobre su cadera, quien se agarró rápido a su
brazo, con el casual aire instintivo de amor de un padre. Magnus la había visto
una vez sosteniendo a uno de sus nietos de esa forma. -¿Cuál es su nombre?
-Clarissa.
-Dijo Jocelyn mirando a Tessa fijamente, y luego, como si les estuviera
contando un secreto, agregó. -Le digo Clary.
Magnus miró por sobre el hombro de Tessa la
cara de la niña. La criatura era más grande de lo que él había pensado, pequeña
para su edad, pero su cara había perdido la redondez típica de los bebés: debía
de tener casi dos, y ya se parecía a su madre. Se veía como una Fairchild.
Tenía rizos rojos, del mismo color de los de Henry, arremolinándose en su pequeña
cabeza, y ojos verdes, claros como el vidrio y brillantes como joyas,
parpadeando curiosa por su entorno. No parecía oponerse a ser entregada a un
extraño. Tessa ajustó la manta a su alrededor y el pequeño puño regordete de
Clary se cerró determinado en el dedo de la bruja. La niña agitó el dedo de
Tessa hacia atrás y adelante, como para mostrar su nueva posesión.
La inmortal le sonrió a la bebé con un gesto
lento y brillante, y susurró, -Hola, Clary.
Era claro que ella ya se había decidido.
Magnus se inclinó, acercándose, con su hombro descansando apenas contra el de
su amiga, escrutando la cara de la niña. Agitó la mano para obtener su
atención, moviendo los dedos para que todos sus anillos brillaran en la luz.
Clary rio con todos sus dientes de perlas y la más pura alegría, y Magnus
sintió el nudo de resentimiento en su pecho, aflojarse.
La niña se revolvió en una clara e imperiosa
señal de querer bajarse, pero Tessa se la entregó a Jocelyn para que ella
pudiera decidir si hacerlo o no. La mujer podía no querer a su hija deambulando
por la casa de un brujo.
Jocelyn miró a su alrededor con temor, pero,
o bien decidió que era seguro, o la pequeña e insistente revoltona de Clary era
terca y su madre sabía que debía liberarla. Bajó a la niña, y ésta se fue, con
pasos cortos e inseguros, determinada hacia su búsqueda. El resto se quedó
parado mirando como su cabezita roja se bamboleaba mientras agarraba, a turnos,
un libro de Tessa, una de las velas de Magnus (la cual masticó pensativa un
moento), y una bandeja de plata que el brujo había dejado debajo del sillón.
-¿Pequeña
cosa curiosa, no lo es? -Preguntó Magnus. Jocelyn lo miró. Sus ojos habían sido
atraídos ansiosos por su hija. El inmortal se encontró sonriéndole. -No es una
mal don, -Le aseguró -podría crecer para ser una aventurera.
-Quiero
que crezca para estar feliz y a salvo. -Dijo Jocelyn. -No quiero que tenga
aventuras. Las aventuras ocurren cuando la vida es cruel. Quiero que tenga una
vida mundana, tranquila y dulce, y esperé que naciera sin ser capaz de ver el
mundo de las Sombras. No es un mundo para un niño. Pero nunca tuve mucha suerte
con la esperanza. La descubrí tratando de jugar con un hada en un seto, esta
tarde. Necesito que me ayudes. Necesito que la ayudes ¿Puedes cegarla de todo
eso?
-¿Puedo
arrancarle una parte escencial de su naturaleza a tu niña y retorcerla en la
forma que más te guste? -Le preguntó Magnus -Si quieres que enloquezca al
final.
Se arrepintió de sus palabras tan pronto
habló. Jocelyn lo miró pálida, como si la hubieran golpeado. Pero Jocelyn
Morgenstern no era del tipo de mujer que lloraba, no el tipo de mujer que se
rompía, o Valentine la hubiera quebrado hacia ya mucho tiempo. Se mantuvo a si
misma erguida y le preguntó con voz nivelada -¿Hay alguna otra cosa que puedas
hacer?
-Hay...
algo que podría intentar. -Dijo Magnus.
Él no dijo que lo haría. Mantuvo sus ojos en
la pequeña niña y pensó en la joven nena hombre lobo que Valentine había
cegado, en Edmund Herondale despojado de sus Marcas siglos atrás, y en los
Jaime y Lucie de Tessa, y en todo lo que ellos habían soportado. Él no le
entregaría un niño a los Cazadores de Sombras, para quienes la Ley estaba antes
que la piedad.
Clary espió al pobre gato de Magnus. El Gran
Catsby, ya entrado en años, yacía inclinado en uno de los almohadones de
terciopelo con su cola colgando.
Todos
los adultos vieron que el desatre era inminente. Dieron un paso adelante, como
uno solo, pero Clary ya había tirado firmemente del rabo del Gran Catsby, con
el regio aire de seguridad de un condesa
alcanzado el timbre para llamar a su criada.
El Gran Catsby soltó un lastimero maullido
como protesta de su indignación, se giró, y arañó a Clary, y Clary comenzó a
gritar.
Jocelyn estaba sobre sus rodillas al lado de
su hija un instante después, con su cabello rojo actuando como un velo sobre la
niña, como si, de algún modo, pudiera proteger a Clary de todo el mundo.
-¿Es
ella parte banshee? -Preguntó Magnus sobre el llanto taladrante. La chica
sonaba como una sirena de policía. El brujo se sintió como si lo fueran a
arrestar por vigésima séptima vez. Jocelyn le lanzó una mirada a través de su
cabello y el inmortal alzó las manos en señal de burlona rendición. -Oh, perdóname
por implicar que el linaje de la hija de Valentine es cualquier cosa menos
pura.
-Vamos,
Magnus. –Dijo Tessa con tranquilidad, ella había amado a más Cazadores de
Sombras que a los que el brujo había hecho. Fue y se situó al lado de Jocelyn.
Posó una mano sobre el hombro de la madre y esta no la apartó.
-Si
quieres a tu niña a salvo, -Dijo Magnus. –No necesita solamente un hechizo para
ocultar su propia Visión. También debe ser protegida de lo sobrenatural, de
cualquier demonio que pueda acercarse reptando hacia ella.
-¿Y
qué Hermana de Hierro y Hermano Silencioso podría hacer esa ceremonia para mi
sin entregarnos a ambas a la Clave? –Demandó Jocelyn. –No. No puedo
arriesgarme. Si no sabe nada del mundo de las Sombras, estará a salvo.
-Mi
madre era una Cazadora de Sombras que nunca supo nada del mundo de las Sombras.
–Dijo Tessa. –Eso no la mantuvo a salvo.
Jocelyn miró a la bruja con claro horror,
obviamente capaz de deducir la historia de lo que pasó: que un demonio ganó
acceso a una mujer Cazadora de Sombras desprotegida, y que Tessa era el
resultado.
Hubo un momento de silencio. Clary se giró curiosa
hacia Tessa a medida que esta se acercaba, olvidándose de sus gritos. Ahora
levantó sus cortos brazos regordetes hacia la bruja. Jocelyn dejó que ella la
cargara de nuevo, y, esta vez, Clary no
se removió para ser soltada. La niña limpió su pequeña cara, llena de rastros
de lágrimas, con la remera de Tessa. Parecía un signo de afecto. Magnus deseó
que nadie le ofreciera a Clary en su actual estado pegajoso.
Jocelyn parpadeó y empezó, lentamente a sonreír.
El brujo notó por primera vez que ella era hermosa.
-Clary
nunca va con extraños. Tal vez… tal vez ella puede decir que no eres una
extraña para los Fairchild.
Tessa miró a Jocelyn con sus ojos grises
despejados.
Magnus pensó, que en este caso, su amiga veía
más que él. –Tal vez. Te ayudaré con la ceremonia, -Prometió ella. –Conozco a
un Hermano Silencioso que guardaría cualquier secreto, si se lo pido.
Joselyn inclinó la cabeza. –Gracias, Theresa
Gray.
A Magnus se le ocurrió que tan enojado hubiera estado Valentine al ver a
su esposa suplicándole a Subterráneos, al pensar en su hija en los brazos de
una bruja. El pensamiento del inmortal sobre responder al pedido de Jocelyn con
crueldad retrocedía aún más. Esta parecía el tipo de venganza que valía la pena
obtener –para probar, incluso después de la muerte de Valentine que tan
equivocado que el nefilim había estado.
Caminó hacia las dos mujeres y la niña, miró a Tessa y la vio asentir.
-Bien, entonces. –Dijo Magnus. –parece
que te vamos a ayudar, Jocelyn Morgenstern.
Jocelyn se encogió. –No me llames así. Soy… soy Jocelyn Fairchild.
-Pensé que ya no eras una Cazadora
de Sombras. –Dijo Magnus. –Si no quieres que te encuentren, cambiar tu apellido
parece un primer paso bastante elemental. Creeme, soy un experto. He visto un
montón de películas de espías.
Jocelyn parecía escéptica, y Magnus rodó los ojos.
-Tampoco nací con el nombre “Magnus
Bane”. –Dijo. –Ese se me ocurrió a mí solito.
-Yo en realidad nací como Tessa
Gray. –Dijo la bruja. –Pero deberías elegir cualquier nombre que te parezca correcto.
Siempre dije que hay una gran cuestión de poder en las palabras, y eso
significa nombres también. El nombre que elijas para ti misma puede decir la
historia de cuál va a hacer tu destino y en quién pretendes convertirte.
-Llamame Fray. Dejame unir los
apellidos Fairchild, mi familia perdida, y Gray. Porque eres… una amiga de la
familia. –Dijo Jocelyn, hablando con repentina firmesa.
Tessa le sonrió a Jocelyn, viéndose sorprendida pero complacida, y esta
le sonrió a su hija. Magnus vio la determinación en su cara. Valentine había
querido aplastar al mundo como el brujo lo conocía.
Pero, en su lugar esta mujer
había ayudado a aplastarlo a él, y ahora miraba a su hija como si fuera a hacer
otro mundo, brillante y completamente nuevo, sólo para Clary, así ella nunca
tuviera que ser tocada por nada de la oscuridad del pasado. Magnus sabía lo que
era querer olvidar tanto como Jocelyn lo hacía, conocía la apasionada urgencia protectora
que venía con el amor.
Tal vez ninguno de los niños de la nueva generación –ni esta pequeña
pelirroja terca, ni los medio-hada Helen y Mark blackthorn en el Instituto de
Los Angeles, ni soqioera incluso los hijos de Maryse Lightwood creciendo en
Nueva York, lejos de la Ciudad de Cristal –tendrían que aprender la íntegra
verdad sobre la fealdad del pasado.
Jocelyn acarició la cara de su pequeña niña, y todos miraron como la
bebé sonreía, iluminada por el mero placer de vivir. Ella en sí misma era una
historia, dulce y llena de esperanza, recién comenzando.
-Jocelyn y Clary Fray, -Dijo
Magnus. –Un gusto conocerlas.